Un Perdón que regenera
Jesús, nos espera en el sacramento de la reconciliación, no para condenarnos, si no para repetirnos a cada uno: “yo tampoco te condeno. Vete y no vuelvas a pecar en adelante” (Juan 8,11).
Así rehabilita la persona el perdón de Dios. Aunque todos somos imperfectos, acusando a los demás como fiscales, nos creemos inocentes. Nos parece lo mas natural del mundo echar la culpa otros.
Con frecuencia vemos los errores de los demás y no vemos los nuestros. Sin embargo, es un contrasentido el constituirnos en jueces de los demás. El juzgar es competencia exclusiva de Dios, el único que conoce íntegramente a la persona con sus condicionamientos psicológicos, y por tanto su responsabilidad y su culpabilidad.
Jesús hablo y actuó de una manera muy diferente a la nuestra: “ Yo no te condeno… No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados”.
A veces tenemos la tendencia a pensar que el mundo sería mejor si cambiaran los demás y olvidamos que la raíz del mal y de la injusticia esta dentro de cada uno de nosotros
(El pan de Cristo)
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